Timoteo es un nombre que se está perdiendo. Y como todo lo que resulta escaso se considera exclusivo, he de deducir que el nombre de mi buen amigo lo es. Exclusivo. Siempre que se lamenta de su onomástica, se lo recuerdo –eres exclusivo-, le digo. Y me mira extrañado. Pero lo cierto es que cuando hablo de él, no tengo que hacer una introducción para situar a mi interlocutor. Hablo de Timoteo y saben de quien hablo. Nunca me preguntan a quién me refiero. Es obvio. Y esta es una de las razones por las que me resulta sencillo ser su amiga.
Otra ventaja que siempre le rebato cuando se lamenta de todo y de nada es que nadie le pondrá un mote, no es necesario pues no hay dos personas con el mismo nombre en 50 años a la redonda. Cuando le digo esto a veces calla y a veces me dice que una vez escuchó un sobrenombre con el que se referían a él, pero nunca ha querido decirme cual. La verdad que no le tomo muy en serio, suele ser melancólico de serie.
Me gusta visitarle en el Mercado, siempre está allí echando la mañana. Dice que le trae muchos recuerdos. Ya he dicho que es melancólico de serie. Y un suspirador profesional. Como no tiene teléfono móvil ni pretende tenerlo, siempre le encuentro en el único banco que hay dentro del edificio. Es un banco que no tiene ningún sentido, de hecho, nadie lo utiliza. Sólo mi amigo, que suele estar sentado en el medio, con las piernas cruzadas mirando a la nada (pero yo creo que lo mira todo en realidad). Es un banco de hierro, negro, precioso. Modernista. Él dice que ya estaba allí antes de la construcción del mercado y por eso se quedó en “tierra de nadie”. Una licencia poética del arquitecto, seguramente. De hecho, es parte de la rumorología del barrio que el arquitecto no llegó a ver terminada su obra, la cual le hacía una ilusión terrible. Tras haber logrado un nombre en Barcelona con sus construcciones modernistas, ganó el concurso del mercado de abastos del barrio que acogió a sus padres y que le vio nacer. Soñaba con dar a este barrio obrero un edificio útil, funcional y emblemático. Un punto de encuentro, referente y generador de economía.
Timoteo dice que eso es muy bonito pero que todos los artistas tienen complejo de faraón y en realidad buscan ser recordados. Por ello hay que añadir la vanidad como otra de las probables razones por las que el nostálgico arquitecto decidió dejar la gloria y la élite de Barcelona por el barrio de su infancia.
– Sigue siendo una historia preciosa que debería ser recordada y alguien debería tratar de documentarla. ¿Por qué no me ayudas a saber qué hace aquí este banco? -, le pregunto siempre.
– Déjalo estar. Si nadie lo ha hecho será por algo. El mercado funciona, es punto de encuentro y genera empleo. El arquitecto consiguió parte de su propósito -, replica molesto en ocasiones.
Y nunca vemos el objeto de conversación desde la misma perspectiva. Él jamás se enerva, sino que remata las discusiones de forma tajante y con pocas palabras. Siempre me hace reflexionar.
Reconozco que me encanta escuchar sus silencios y analizar sus miradas perdidas. Hay algo extraordinario en su melancolía. A veces siento que quiero descubrir sus secretos y por ello me gusta tanto visitarle. Quizás espero encontrar una pieza más del puzle de Timoteo.
Pero hoy todo cambió. Hoy supe que no habría más piezas.
Cuando paso días sin ir, él jamás me lo reprocha ni me pregunta dónde he estado. Nunca había conocido a nadie así, tan libre. Por eso durante las semanas de confinamiento pensé mucho en él, preguntándome cómo se encontraría. No tenía modo alguno de contactarle, siendo tan analógico como es él. Eso me hizo
enfadar.
Cuando el mercado volvió a abrir sus puertas tras meses de incertidumbre, lo primero que hice fue ir al banco “en tierra de nadie”. Timoteo no estaba. El miedo hizo latir mi corazón en mi oído izquierdo.
Entonces, tras unos segundos de niebla, volví en mí y lo vi. No entendía nada y, sin embargo, lo entendí todo. Allí estaba, convertido en hierro, de color negro, en perfecta simetría con el banco que estaba frente a él. Aturdida, me acerqué y vi la inscripción:
<<El
barrio de Prosperidad a su ilustre vecino
Timoteo Freire Iglesias
“El fantasma del Mercado”
1840 – 1880
Prestigioso arquitecto de este edificio,
el cual regaló a la ciudad como última voluntad.
Desde este banco solía sentarse a admirar su obra,
su último legado.>>